Por Mauricio Rojas Hess
«Nada tiene que ver el dolor con el dolor
Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda».
Parado en el umbral de aquella circunstancia incierta escribe Enrique Lihn (1929-1988) su último gran poemario. Desde la zona muda donde se halla a un mes de fallecer continúa su voz inquieta y movediza para señalizar una vía disonante a la proximidad de la muerte. Al cese de su vida intensa e ilimitada que le arrebatara la sangre y latidos, más no la poesía de la zona muda que resiste al tiempo y a los espacios diversos.
“Diario de Muerte” es un poemario que expresa las últimas coordenadas que el poeta pudo desplegar hacia la superficie como proposición creativa, como arte y posibilidad ultima de cifrar un tránsito literario de gran forma y valor frente a la muerte incierta que lo acecha.
A pesar que está próximo a morir no pierde la capacidad de ironía y el sentido del humor genuino que lo caracteriza para hallar una metáfora que cifre el momento: “Un enfermo de gravedad se masturba para dar señales de vida” o “Todavía aleteo”.
Es un diario donde convergen distintos alientos y estados anímicos creativos que pasan de la reflexión a la ironía, de la nostalgia a la instancia lúdica o al hecho de “situar” la relación del texto con la circunstancia.
La “poesía situada” fue la calle escogida por Enrique Lihn para deambular sus versos y textos varios; y su discurso no cesó a pesar de tener un puñado de latidos a cuesta. “Diario de Muerte” es un reflejo de ello.