Por Daniela Romo Matus
La muerte lo sorprendió de manera prematura: un 15 de julio de 2003, a los 50 años, moría el más grande escritor latinoamericano después de Gabriel García Márquez, y nacía a su vez la leyenda, el mito y también el ícono pop. Admirado por estrellas tan disimiles como Patti Smith, la madre del punk o Zach de la Rocha, líder de Rage Age The Machine. Inclasificable para la crítica y un extraño para muchos.
Después de 12 días sedado en la UTI del Hospital Valle de Hebron, de Barcelona, partía de este mundo el más importante escritor de su generación. Su último año de vida fue intenso en lo literario y en lo personal, la crítica británica y francesa lo habían elogiado y el New York Times de Estados Unidos le había dedicado una página, bajo la pluma de nada más y nada menos que Susan Sontag: “El más influyente y admirado novelista en lengua española de su generación”.
Dedicado casi exclusivamente a la escritura febril de “2666”, enfrentó el fin definitivo de su matrimonio y el inicio de otra relación sentimental y por supuesto el avance evidente de su enfermedad al hígado. Pero Bolaño siempre creyó que la literatura era un campo de batalla. Alguna vez señalo que “tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: esa es la literatura”
Bolaño escribió cerca de 30 libros, seis de ellos póstumos, escribió novelas, poesía y ensayos, su obra más popular es “Los detectives salvajes”, un homenaje al infrarealismo y que en los detectives bautizó como “realismo visceral”, el mito de Bolaño se hizo más grande con tópicos como las drogas, la incomprensión y el exilio: ¿Pero que habrá en esa mitología del hijo del taxista y del chico de Quilpué? Probablemente un poco de todo.
A nueve años de su muerte inspira portadas y trabajos de otros, el James Dean o el Kurt Cobain de la literatura, el héroe trágico o el último de los malditos.