Una vez acabada, la obra causó un gran impacto y su poderosa influencia fue determinante para la evolución de la plástica europea. Sin embargo, la pintura comenzó a deteriorarse pronto debido a la humedad de la pared y en el curso de los siglos fue objeto de varias restauraciones.
La Última Cena, emblema iconográfico del arte sacro cristiano del siglo XVI, une genialidad y drama en virtud de los recursos empleados por Leonardo en su composición.
«En una pintura de historia no coloques demasiados elementos ornamentales sobre las figuras o en la disposición del cuadro, para evitar que se confundan la forma y las actitudes de las figuras o elementos esenciales de la disposición del cuadro», escribe Leonardo en su Tratado de la pintura.
La Última Cena de Leonardo Da Vinci
La Última Cena es una obra fundamental de la historia del arte. Encargado por el duque Ludovico Sforza para el refectorio de los padres dominicos de Santa Maria delle Grazie, de Milán, el mural comenzó a realizarce hacia el 1495. En el prologo del De divina proportione, libro de Luca Pacioli, con fecha del 9 de febrero de 1498, se informa que la pintura de Leonardo ya está terminada.
El motivo de la lentitud con que se llevó a cabo este mural se debe principalmente a las malas condiciones de la pared donde debía ser pintado y a la técnica pictórica que eligió Leonardo. Esta consistía en usar una mezcla de tempera y óleo extendida sobre dos bases de yeso. Este proceso resultó muy laborioso y lento y exigía que algunos días solamente se dieran unos pocos toques de pincel. El escritor Matteo Bandello relata: «Muchas veces he visto a Leonardo dirigirse por la mañana temprano a trabajar en la plataforma, ante el cuadro de La Última Cena. Solía permanecer allí desde la salida del sol hasta el atardecer, sin dejar de su mano los pinceles, pintando siempre, sin comer ni beber. Después, durante tres o cuatro días, no volvía a tocar el trabajo».